MUCHOS PROFETAS Y NINGÚN MILAGRO

Una crítica peronista a los 12 años de kirchnerismo
Un ciclo de discursos sin transformaciones
Los doce años de kirchnerismo fueron celebrados por sus dirigentes como un ciclo de recuperación nacional, justicia social y soberanía. Sin embargo, desde una mirada crítica peronista, esos años dejaron la sensación de abundancia de discursos y ausencia de transformaciones estructurales. El relato del "milagro" se sostuvo en políticas distributivas coyunturales y en mejoras de corto plazo, pero sin atacar las bases de la dependencia económica ni modificar los marcos legales heredados de la dictadura y del neoliberalismo de los años noventa.
Ejemplos de cambios ausentes
A continuación desarrollaremos algunos ejemplos de cambios que hubieran significado una transformación de nuestra economía nacional, pero que nunca se llevaron adelante. Son áreas estratégicas donde un verdadero gobierno peronista debería haber avanzado para garantizar soberanía, desarrollo e integración, y en las que, en cambio, predominó la inacción o la continuidad de esquemas heredados.
El sistema financiero intacto
La Ley de Entidades Financieras, sancionada en 1977 bajo la dictadura de Videla y Martínez de Hoz, permaneció intacta durante los doce años de kirchnerismo. Aunque se habló reiteradamente de una "batalla contra los bancos", nunca se impulsó su derogación ni su reemplazo por un marco que orientara el crédito hacia la producción y el desarrollo nacional. El resultado fue que las entidades financieras continuaron obteniendo ganancias extraordinarias: entre 2003 y 2015 multiplicaron por cuatro sus utilidades en términos reales, mientras el crédito al sector productivo no superó el 15% del PBI, frente a niveles del 40% en países vecinos. La consecuencia directa fue la falta de financiamiento para capital de trabajo, inversión y préstamos hipotecarios accesibles para las familias trabajadoras. A ello se sumó la tolerancia hacia las mesas de dinero y las cuevas cambiarias, ámbitos de especulación y evasión tributaria que movieron miles de millones de pesos y dólares sin control, cuando lo que correspondía era prohibir esa operatoria y redirigir esos recursos al fortalecimiento del sistema financiero y a un verdadero desarrollo nacional.
El ferrocarril postergado
Los ferrocarriles, columna vertebral de cualquier proyecto de desarrollo federal, fueron otra promesa incumplida. Hubo anuncios rimbombantes y compras de material rodante en el exterior, pero nunca un plan de reconstrucción y expansión integral. El país siguió girando alrededor del transporte automotor, con una logística costosa e ineficiente, mientras las economías regionales del interior quedaron atadas a camiones y rutas colapsadas. La potencialidad ferroviaria de unir puertos, polos productivos y provincias enteras se perdió por falta de decisión política.
El reactor CAREM inconcluso
En materia de energía nuclear, el kirchnerismo volvió a prometer grandeza, pero no concretó. El proyecto del reactor CAREM, orgullo del desarrollo científico argentino, fue inaugurado varias veces, pero jamás concluido. En 2015 todavía estaba en un 30% de avance, a medio camino de convertirse en un hito mundial. Se perdió la oportunidad de posicionar a la Argentina a la vanguardia de la tecnología nuclear, clave no solo en generación eléctrica sino también en soberanía tecnológica. La Argentina podría haber generado exportaciones por miles de millones de dólares, además de posicionarse como uno de los primeros oferentes globales de reactores modulares pequeños (SMR).
La minería extranjerizada
La minería fue otro capítulo de continuidad. La Ley de Inversiones Mineras de 1993, aprobada en tiempos de Menem, garantizó estabilidad fiscal por tres décadas, libre disponibilidad de divisas y beneficios impositivos para las multinacionales. El kirchnerismo no solo no la modificó, sino que permitió el avance de la megaminería en Catamarca, San Juan y Santa Cruz bajo esas reglas de explotación desfavorable para el país. Mientras se hablaba de soberanía, miles de millones de dólares en oro, cobre y litio salieron de la Argentina con escasa renta para la Nación. Tampoco se impulsó la creación de una empresa minera estatal, o al menos el desarrollo de compañías nacionales con apoyo público, que pudieran corregir la fenomenal fuga de ganancias al exterior de las mineras extranjeras que hoy se llevan nuestros minerales.
Los puertos sin control nacional
En el mismo plano soberano, se debería haber recuperado la administración del Puerto de Buenos Aires, en lugar de prorrogar concesiones portuarias que consolidaron posiciones dominantes y favorecieron a empresas extranjeras que remitieron utilidades al exterior. La Argentina perdió así una palanca estratégica para ordenar su comercio exterior, integrar ferrocarril–puerto–industria y reducir costos logísticos.
El Paraná y la evasión cerealera
Lo propio vale para los puertos cerealeros del Paraná, el corredor por donde sale más del 70% de nuestras exportaciones agroindustriales. Allí, la privatización dejó al Estado mirando desde la barrera: se exporta con bajo control efectivo del peso y la calidad de lo cargado. Aun en el marco vigente, se podría haber instalado balanzas fiscales obligatorias en los accesos a la zona portuaria, integradas a Aduana y AFIP en tiempo real, para impedir la subdeclaración de toneladas y la triangulación abusiva. ¡Hablamos de algo tan elemental como poner una balanza fiscal en la entrada de un puerto exportador de granos y ni siquiera se hizo!
La ausencia de ELMA
Además, se dejó pasar la oportunidad de recuperar ELMA, nuestra empresa de líneas marítimas nacional. Esa medida implicaba no solo retomar la soberanía del transporte naval, sino también reactivar la industria naval y los astilleros del país, como el Astillero Río Santiago (ARS) y ASTARSA, que en su apogeo dieron ocupación a decenas de miles de trabajadores. Hoy, ese sector se limita a más de 300 empresas y unos 10.000 puestos de trabajo directos, frente a los más de 60.000 de entonces. A ello se suma que por cada empleo directo se generan al menos tres empleos indirectos en talleres navales, logística, transporte y servicios portuarios. En paralelo, el manejo de la naviera estatal podría haber permitido ahorrar cerca de USD 2.850 millones al año en divisas.
Los aeropuertos privatizados
También se omitió recuperar los aeropuertos, hoy en manos del grupo de Eurnekian. Un sistema aeroportuario concesionado durante décadas a un conglomerado privado con activos vínculos con la corona británica —históricamente opuesta a los intereses de nuestra Nación— resulta un contrasentido estratégico.
El descontrol macroeconómico
A todo esto se sumó un escaso apego a las variables macroeconómicas. El país creció a tasas elevadas en los primeros años, pero sin control de los equilibrios básicos. La inflación, ocultada con un INDEC intervenido a partir de 2007, trepó al 25% anual en la realidad, erosionando los salarios. El gasto público creció del 23% del PBI en 2003 al 42% en 2015, mientras el déficit fiscal pasó de equilibrio a más del 6% del PBI. La inflación se transformó en el actor principal de la vida cotidiana, licuando ingresos y volviendo ineficaz cualquier política distributiva.
La industrialización ausente
Al mismo tiempo, faltó una política clara y eficiente de industrialización. La sustitución de importaciones fue mencionada en el discurso, pero en los hechos se limitó a proteger sectores con subsidios y restricciones comerciales, sin un plan estratégico de modernización tecnológica ni de desarrollo de cadenas de valor. Argentina siguió siendo un país primarizado y dependiente, con exportaciones concentradas en soja, minerales y productos básicos.
La defensa nacional debilitada
Otro aspecto gravísimo fue el desfinanciamiento de las Fuerzas Armadas durante los 12 años de kirchnerismo. La falta de inversión permitió el envejecimiento de los sistemas de armas en las tres fuerzas y llegó al extremo de que la Fuerza Aérea perdiera su capacidad de interceptación supersónica. La Argentina tiene riquezas que debe defender, y las hipótesis de conflicto existen, incluso a corto plazo, porque nunca se conoce del todo la evolución política de los países vecinos. Si llegara a presentarse una situación bélica, la compra de armamento de urgencia no resolvería el problema, ya que la adaptación a nuevos sistemas de armas requiere años de capacitación, muchas veces más allá del inicio del conflicto. Este estado de indefensión incluso puede funcionar como invitación para que alguna nación vecina ensaye la aventura de apropiarse de parte de nuestro territorio. Malvinas, ocupada por una potencia extranjera, es la prueba de que las hipótesis de conflicto no son ficción sino realidad, y en este caso, la falta de visión estratégica solo favoreció a la potencia ocupante, que aplaudió en silencio esta política. A ello se suma que mucho del armamento que debe renovarse podría fabricarse en el país, generando puestos de trabajo e incluso divisas mediante exportaciones, fortaleciendo así la industria nacional de defensa en lugar de profundizar la dependencia. La historia mundial está llena de ejemplos de las consecuencias de descuidar la defensa, como lo sufrió Perú en el siglo XIX por subestimar la necesidad de tener fuerzas armadas acordes a las amenazas de su tiempo.
La ideología de género como bandera
En paralelo, el kirchnerismo instaló de forma apresurada la llamada ideología de género, importada de centros de pensamiento foráneos, sin debate ni análisis profundo y, lo que es más grave, sin permitir entonces ni ahora discusión alguna sobre el tema. Da la impresión de que para algunos sectores autodenominados "progresistas" del movimiento esta cuestión se volvió central y casi exclusiva, orientando todo su accionar político hacia esa bandera mientras el país sufría un saqueo económico y un deterioro estructural en múltiples frentes. Más que un programa de transformación nacional, fue una estrategia comunicacional que en el plano judicial derivó en distorsiones graves: inversión de la carga de la prueba, prisión preventiva abusiva, proliferación de denuncias falsas, afectación del derecho de defensa, desigualdad procesal y estigmatización social que persiste aun después de una absolución. Lo peor de todo es que, a pesar de estas consecuencias no deseadas, ni se analiza ni se habla de cómo corregirlas.
El vacío de liderazgo político
Tampoco hubo una estrategia clara en materia de liderazgo político. Al final de los 12 años de gobierno kirchnerista los candidatos en juego a presidente eran Daniel Scioli y Florencio Randazzo, dos hombres que de ninguna manera pueden definirse como peronistas. Los caminos que ambos siguieron luego lo confirman, siendo esto una de las claudicaciones más vergonzosas en la historia del peronismo. Había cientos de compañeros con trayectoria, militancia y compromiso que podrían haber asumido la candidatura, disponiendo de tiempo suficiente para instalar sus nombres en la población mediante la propaganda adecuada. No se promovió la democracia interna ni se impulsaron internas partidarias que permitieran generar nuevos liderazgos sustentados en la participación popular. Tampoco se reorganizó el partido, ni se plantearon formas claras de financiamiento, ni mucho menos se crearon escuelas de formación y pensamiento político que garantizaran la preparación de cuadros técnicos y políticos con capacidad de gestión y conducción para el futuro. Se eligió, en cambio, el viejo método del dedo, que terminó debilitando la representatividad del movimiento y favoreciendo candidatos que no tenían nada que ver con nuestro sentir. Y lo más preocupante es que, cuando desde algunos sectores se habla de "autocrítica", suele reducirse todo a la cuestión de las candidaturas, cuando en realidad la verdadera autocrítica debería centrarse en los temas estratégicos que aquí mencionamos: ferrocarriles, puertos, minería, industria, defensa y soberanía económica.
Conclusión: la ancha avenida del medio
En conclusión, los doce años de kirchnerismo pudieron haber sido la oportunidad histórica para desmontar el andamiaje neoliberal y construir un proyecto nacional, productivo y soberano. Sin embargo, mientras se llenaban la boca hablando del "proyecto", jamás lo definieron con claridad y mucho menos abordaron los temas estratégicos aquí planteados —y muchos otros que no desarrollamos para no extender demasiado este artículo. Al final, terminaron siendo "la ancha avenida del medio", es decir, hablar mucho y no producir ningún cambio de fondo. Lo que quedó fue un país con bancos intactos bajo reglas de la dictadura, ferrocarriles sin rumbo, minería extranjerizada, puertos y aeropuertos estratégicos fuera de la órbita estatal, no se recuperó ELMA, nuestra línea de bandera, con los miles de puestos de trabajo directos e indirectos que ello hubiera significado, un reactor nuclear inconcluso, inflación devorando el salario popular, una industria sin orientación clara y Fuerzas Armadas en estado crítico. Frente a ello, el peronismo verdadero debe volver a sus raíces, recuperando la idea de la comunidad organizada: Estado conductor, mercado al servicio del interés nacional y pueblo movilizado, articulando producción, ciencia y trabajo para alumbrar una Nación justa, libre y soberana.
Román Su
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